domingo, 4 de abril de 2010

México: La guerra contra las drogas está condenada al fracaso

Se dice a menudo que el primer paso para hacer frente a un problema es reconocer su existencia. Por consiguiente, es una buena noticia que la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, encabezará una delegación que se encamina hoy a México con el objetivo de hablar con las autoridades locales sobre la lucha contra la violencia que se está generando en el país por la guerra contra las drogas. El hecho de que EE.UU. reconozca este problema compartido es algo saludable.

Pero lo más probable es que las buenas noticias lleguen hasta ahí.

La violencia a lo largo de la frontera se ha disparado desde que el presidente de México, Felipe Calderón, decidiera enfrentar a los carteles ilegales de narcotraficantes que operan en la región. Cerca de 7.000 soldados patrullan Ciudad Juárez, una urbe de aproximadamente un millón de habitantes. Sin embargo, ni siquiera la militarización ha logrado que reine la paz. La razón es simple: el origen del problema no es la oferta mexicana. Es la demanda estadounidense unida a la prohibición.

Es dudoso que esta realidad se reconozca durante la reunión del martes. La industria de la guerra contra el narcotráfico, que incluye tanto al sector privado como un gigantesca burocracia gubernamental consagrada al "cumplimiento de las normas", tiene un enorme incentivo económico para que la guerra se siga librando. Ambos grupos tienen una influencia sustancial en los círculos políticos de Washington. Por lo tanto, es probable que prosigan los planes para convertir a Ciudad Juárez en un estado policial con la promesa de que más armas, tanques, helicópteros e informantes logren que los gángsters mexicanos sigan metiendo las drogas por las narices de los estadounidenses.

El reciente asesinato de un bebé que todavía no había nacido y de tres adultos vinculados al consulado estadounidense en Ciudad Juárez ha despertado el interés en el viaje de Clinton. El incidente conmocionó a los estadounidenses. Pero por muy trágicas que fueran, estadísticamente esas cuatro muertes apenas se notan en el balance de víctimas. La cifra total de muertes relacionadas con el narcotráfico en Ciudad Juárez desde diciembre de 2006 supera 5.350. Además, la economía de la ciudad también ha sufrido un serio revés ante la huída de inversionistas y turistas.

Sin embargo, por muy escasas que sean las probabilidades de éxito, México no se puede dar el lujo de despreciar la reunión de este martes. Es una oportunidad que, si se maneja correctamente, puede proporcionar un momento aprovechable. Sugiero que uno o dos de los excelentes economistas mexicanos asesorados en la Universidad de Chicago por Milton Friedman se sienten con el equipo del presidente Obama para explicar algunas cosas sobre el funcionamiento de los mercados. Podrían comenzar por explicar el camino que sigue una hierba sin ningún valor hasta convertirse en la fuente de financiamiento del la artillería del cartel. En esta lección rudimentaria de economía, los estudiantes aprenderán cómo la mayor parte de las ganancias se obtiene pasando la mercancía al otro lado de la frontera con EE.UU. con destino al consumidor estadounidense. En lenguaje de fútbol, Ciudad Juárez está a escasos metros del arco.

México no ha sido siempre una cancha importante para los carteles del narcotráfico. Durante muchos años, los traficantes de cocaína usaron el Caribe para llevar su producto a sus clientes del mayor y más rico mercado del hemisferio. Pero cuando EE.UU. redobló sus esfuerzos para bloquear los envíos marinos, los empresarios optaron por las rutas terrestres por Centroamérica y México.

Los traficantes mexicanos manejan cocaína, pero el tráfico de marihuana es su gallina de huevos de oro, a pesar de la competencia de los cultivadores estadounidenses. En una entrevista en febrero de 2009, el entonces procurador general mexicano Eduardo Medina Mora me dijo que la mitad de los ingresos anuales del cartel provenía de la marihuana.

Eso es especialmente preocupante para las fuerzas del orden mexicanas ya que el uso de marihuana, gracias a los centros de distribución legal con fines médicos y de la aceptación social generalizada, se ha hecho de facto legal en EE.UU., y la demanda es sólida. El resultado es que el consumo es aceptable pero la producción, el tráfico y la distribución son actividades del crimen organizado. Esto es lo que califiqué en una columna anterior como "un plan de estímulo para los gángsters mexicanos".

En la mayor parte del mundo, donde las instituciones son débiles y la gente pobre, el elevado valor que la prohibición impone a las drogas hace que los matones reinen. Medina Mora me dijo en la misma entrevista en 2009 que México estimaba en US$10.000 millones el flujo de efectivo anual desde los consumidores estadounidenses de drogas hasta el propio México, lo que por supuesto explica por qué los carteles están tan bien armados y son capaces también de sobornar el sistema. También explica por qué Ciudad Juárez es hoy un campo de matanzas.

Los promotores del actual combate contra el narcotráfico tendrían un mejor argumento si los miles de millones de dólares gastados en deforestar la selva colombiana, perseguir lanchas y derribar aviones durante las últimas cuatro décadas hubieran reducido el consumo de drogas. Sin embargo, a pesar de las efímeras victorias como la muerte de Pablo Escobar y de incontables narcotraficantes desde entonces, en EE.UU. sigue siendo relativamente fácil acceder a las drogas y cierto segmento de la sociedad las sigue consumiendo de manera entusiasta. En algunos lugares las organizaciones terroristas como los rebeldes de las FARC en Colombia y al Qaeda han reemplazado a los carteles tradicionales.

Para las víctimas inocentes de la guerra contra las drogas hay un rayo de esperanza. La semana pasada, The Wall Street Journal informó que la Agencia Antinarcóticos (DEA) estadounidense interrogó a varios miembros de una pandilla de El Paso por su posible papel en los recientes asesinatos en Ciudad Juárez. Si la escalada de violencia se propaga a EE.UU., los estadounidenses finalmente tendrán que reconocer su rol en este embrollo. La misión de Clinton sólo añadirá valor si refleja un conocimiento de esta realidad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 22 de marzo de 2010.


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