domingo, 11 de abril de 2010

Drogas y alcohol en la eclosión de la adolescencia

Pobres o pudientes, autoritarios o «pasotas». No existe un patrón de familias a la hora de hablar del consumo de drogas de los hijos. Sin embargo, una relación cercana y afectiva puede reducir la probabilidad.

Cuando se le pregunta a un adolescente por qué consume drogas, guardará varias respuestas comodín: para divertirse y sentirse bien; para sentirse libre e independiente; para interactuar con los otros, con el «botellón» como rito, o para satisfacer su curiosidad. Lo que rara vez confesarán es que recurren a las drogas para llenar vacíos internos; suplir carencias y afrontar la angustia, la impotencia o el miedo.

Tras estas excusas, nos encontramos que año tras año baja la edad media de inicio en el consumo de drogas. Curiosamente, no la edad en la que se empieza a fumar, que pasó de ser de 13,1 años en 2006 a 13,3 en 2008. Pero sí en todas las demás sustancias, legales o ilegales: el alcohol, de 13,8 años a 13,7; las pastillas para dormir o tranquilizantes, de 14,4 a 14,3; la cocaína, de 15,4 a 15,3; y la heroína, de 14,7 a 14,3. Se mantiene en la misma edad una de las más recurrentes, el cannabis, a los 14,3 años. Así se desprendía de la última Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanzas Secundarias (Estudes).

En este contexto, por encima de psicólogos y pedagogos hay una institución que resulta vital tanto para la prevención de adicciones como para luchar contra las mismas: la familia. «Juega un papel fundamental en la prevención, sobre todo hasta que el chaval cumple los 12 o 13 años», comenta a este diario Isabel Ramos, técnico en prevención de la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. «Cuando los hijos son más mayores, cuentan también los aspectos sociales, el grupo de amigos y la televisión, pero la familia es fundamental en las primeras etapas», añade.

La relación «cercana y afectivamente sólida entre padres e hijos» favorece «núcleos familiares más cohesionados», con «padres comprometidos y una fluida comunicación interna». Todo ello constituye un factor que «puede reducir la probabilidad» del consumo. Y aunque «la desestructuración puede ser un factor a tener en cuenta no es determinante», pues «en la prevención no hay dogmas»: tan perjudiciales pueden ser unos padres que ejercen de policías de los hijos, como otros que son unos pasotas».

El alcohol, banalizado
«El chaval está en la etapa adolescente y experimenta transformaciones físicas y cognitivas», apunta Ramos. De hecho, «pueden mostrar conductas que parecen derivadas del consumo de drogas, y en realidad son aspectos de la edad». Pero también es cierto, recuerdan, que «casi todos los inicios de consumo» se producen en esta etapa.

Con todo, ¿es siempre la familia un buen ejemplo? Un 44,6% de los estudiantes ha probado el tabaco, un 35,2% el cannabis y un 17,3% los tranquilizantes. Pero el «rey» del ránking sigue siendo el alcohol: lo consumieron el 81,2% de los jóvenes de entre 14 a 18 años y, concretamente, un 62,6% de los niños de 14 años. ¿Se banaliza su consumo? «Sin duda. Es un tema de control familiar y social. Hay cierta flexibilidad.

Tampoco un chaval puede llegar a casa a la hora que le dé la gana ni disponer de grandes cantidades de dinero. Los padres han de poner normas y límites», pero «con cariño y afecto».
Sin embargo, ¿qué se puede hacer cuando los padres confirman que su hijo consume? El Proyecto Hombre Madrid cuenta con un programa conjunto de menores y familias. «Es extraño encontrarse con adicciones, pero sí con consumos abusivos: alcohol, drogas de síntesis...», comenta José Luis Sancho, director de la ONG en Madrid.

Separación conflictiva
Chicos que no respetan la autoridad, que empiezan a faltar al respeto, que tienen problemas escolares y algún coqueteo con la violencia... Estos serían los motivos que empujan a las familias –«este año han acudido 300 y la lista de espera aumenta año tras año», dice Sancho– a probar la terapia. Unos hogares, señalan, que no responden a una tendencia: «Desde familias con cero recursos a otras de un nivel de vida elevadísimo», comenta Sancho. «Un poco más vulnerables pueden ser las madres cuando están solas o una pareja que ha atravesado una separación conflictiva», añade.

Así, es necesario trabajar con ambas partes. «Ayudamos a los padres a recuperar la autoridad y a los hijos a ser conscientes del problema. Es un trabajo psicológico y educativo», comentan en la ONG. Y es que hay un patrón que empieza a ser redundante: el hijo sobreprotegido, «al que se le ha enseñado que sólo tiene derechos, pero que no respeta los de los demás». ¿Cuánto tiempo puede llevar «salvar» a estas familias? «Si todos ponen de su parte, de 6 a 18 meses». Eso si la falta de financiación económica le permite a esta ONG seguir desarrollando una valiosísima labor.


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