Sentada en un muro de la plaza del Hort de Sant Pau de Barcelona, a Yoli se le cierran los ojos lentamente, como casi cada tarde. "¿Qué tal, Yoli? ¿Bien?", le pregunta Álvaro. Ella responde que sí con la cabeza, incapaz de articular palabra. Para eso está su marido: "Sí que está bien, sí, ¡a que sí, cariño!". La chica asiente de nuevo y, ante la mirada vigilante de Álvaro, se saca la aguja de la muñeca. "Mejor sécate con un algodón", le recomienda él. "Pero estás bien, ¿no?", insiste.
Álvaro es integrador social y desde hace dos años trabaja en la asociación Àmbit Prevenció, que da asistencia a drogodependientes. Todos los días recorre con su compañero Sebastián las calles de Ciutat Vella en las que se concentra el consumo de drogas para atender a los toxicómanos del barrio.
Yoli se pone de pie, ya recuperada del bajón, y se va de la mano de su pareja. Viven cerca, en los adoquines que ocupan sus cartones en la calle de las Tàpies. "Los toxicómanos provienen de entornos sociales desestructurados, sólo piensan en consumir y eso limita lo que podemos hacer por ellos. Nuestro objetivo es que se pinchen de manera segura. Sólo aspiramos a eso y a que no compartan jeringuillas".
Álvaro camina por la calle de Sant Pau libreta en mano, apuntando el nombre de los usuarios del centro que se encuentra por el camino, la hora y el sitio en que se los cruza. Mientras tanto, Sebastián pasa revista a todas las aceras, esquinas y recovecos en busca de jeringuillas usadas, cacerolas, toallitas o utensilios del kit que reparten en las salas de venopunción, las llamadas narcosalas. En el Raval hay dos: el Servicio de Atención y Prevención Socio-Sanitaria (SAPS) Pere Camps, de Cruz Roja, y la Sala Baluard.
Además de consumir en condiciones higiénicas, en estos centros los toxicómanos pueden intercambiar una jeringuilla usada por otra nueva para evitar contagios de hepatitis y sida sobre todo. Yoli y su novio Alfonso -ambos de 26 años y primos hermanos- fueron sancionados en Baluard y por eso se pinchan en la calle. Hasta hace unos meses los educadores de Àmbit Prevenció, pioneros en España en el intercambio de jeringuillas, también hacían trueque de estos utensilios durante sus rutas, pero en verano eliminaron el servicio por las quejas de los vecinos. Organizados bajo el lema Volem un barri digne, la plataforma Raval per Viure denuncia la degradación de la zona.
Álvaro se pregunta "qué entienden los vecinos por dignidad". Y Sebastián, chileno que lleva tres años en España, sentencia: "Nosotros también queremos un barrio digno y trabajamos para conseguirlo". Aunque cada día con más dificultades. La presión vecinal acabó con otro servicio de la asociación, el Calor y Café. "Abrir las puertas del centro a los toxicómanos nos permitía hacer una importante labor de contención y de divulgación de nuestros programas de formación", explica Anna Altabàs, coordinadora de Àmbit Prevenció. En el tiempo que dura un café, los educadores aprovechaban para pedir a los usuarios que se pincharan en las salas de vonopunción y los animaban a participar en los talleres que organiza el centro. Además de reiki (técnicas de relajación), cine fórum y clases sobre la hepatitis C, la asociación, que depende de la Agencia de Salud Pública del Ayuntamiento, les ofrece un curso para que aprendan a actuar ante una sobredosis. "Les explicamos qué hacer en esos casos y les damos una dosis de naloxona, el antídoto de las sobredosis", dice Álvaro.
Alfonso, el novio de Yoli, ya ha hecho ese taller. Es politoxicómano, como la mayoría de los usuarios de Àmbit Prevenció. Consumen heroína para rebajar el subidón de la cocaína y por eso no se relajan después de pincharse. "Pero él ya de por si es activo, no te creas", confiesa Yoli. "Tú sólo heroína, ¿verdad?", aprovecha para informarse Álvaro. Los educadores siguen su ruta hacia la plaza de Folch i Torres y el patio de la escuela Massana, junto a la calle del Hospital. Allí preguntan a los obreros si han encontrado jeringuillas en el suelo. También colaboran con Àmbit los servicios de limpieza del Ayuntamiento, Mossos d"Esquadra y Guardia Urbana. La apertura de las salas de venopunción ha hecho descender el número de toxicómanos que consumen en la calle. En los últimos cuatro años, desde el desmantelamiento de Can Tunis, las jeringuillas recogidas cada mes en las calles de Barcelona pasaron de 13.800 a 4.478. Las 3.800 que se encontraban en Ciutat Vella se quedaron en 2.870. "El control social favorece al usuario porque le obliga a ser más discreto", explica Altabàs, que compara satisfecha la situación actual con la de los años ochenta, cuando los toxicómanos vivían al margen de la sociedad. "Can Tunis era un cementerio de vivos", recuerda, "ahora los drogodependientes pueden vivir más dignamente".
lunes, 30 de noviembre de 2009
Educadores sociales: "Sólo aspiramos a que se pinchen de manera segura"
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