miércoles, 18 de agosto de 2010

ABANDONAN A ADICTOS EN CÁRCELES

Sin recursos, y con ayuda de instituciones privadas, internas atrapadas por las drogas tratan de rehabilitarse en los penales del DF.

Marginados del presupuesto y de los programas sociales del Distrito Federal, pero también del gasto federal que destina miles de millones de pesos a la lucha contra el narcotráfico, 70 por ciento de los 40 mil 124 internos que existen en los 10 reclusorios de la capital del país lucha para hacer a un lado sus adicciones. Solos o con ayuda de la caridad de instituciones privadas.

No hay dinero, afirma a MILENIO la directora ejecutiva de Prevención y Readaptación Social de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario, Clementina Rodríguez.

El mes pasado el GDF anunció un programa de atención integral de las adicciones que prevé un presupuesto de 38.7 millones de pesos. Al momento no se sabe nada de ese dinero.

En el gasto del gobierno local se destina en general a la readaptación social 1 mil 718 millones 423 mil 311 pesos. Pero nada, ni un solo peso para sacar a poco más de 28 mil internos —20 por ciento con dependencia a las drogas y 50 por ciento en uso y abuso de todo tipo de sustancias— de sus adicciones.

Fue la Fundación Gonzalo Río Arronte IAP la que entregó a las instituciones Oceánica y Monte Fénix 7 millones 848 mil 936. 18 pesos para su participación en el programa coordinado para la Prevención y Tratamiento del Uso, Abuso y Dependencia a Drogas que se aplica en espacios clínicos adaptados en celdas de los reclusorios Varonil Norte y Femenil Santa Martha.

Igual trabajo se realiza en otros ocho centros de reclusión a cargo del GDF. En total en los 10 penales se atienden a cerca de 300 internos.

Después de cuatro años de iniciado el programa las autoridades permitieron la adaptación de celdas como dormitorios para adictos y proporcionan el personal: psicólogos, médicos y trabajadores sociales. La capacitación de éste viene de los Centros de Integración Juvenil y otra del sector salud local.

Con dinero del presupuesto se han pintado muros, se quitaron rejas, se puso alguna ventana y escritorios. Pero es todo.

¿Dinero del presupuesto?

“Específicamente, para las clínicas, no”; responde la funcionaria.

El Centro Femenil de Readaptación Social Santa Martha abrió sus puertas al reportero. En el tercer piso de uno de sus edificios 30 internas conviven en celdas acondicionadas. Son las adictas.

Ahí están tres meses y después se les baja con el grueso de la población, donde se les da seguimiento.

“Aquí sí existe la droga: no se ha podido detener su entrada”, afirma la coordinadora del programa, Gloria Morales.

Aparte, Rodríguez confirma que “la visita la mete adentro del cuerpo humano. Hacen envoltorios y se los introducen, es lo más común, aún cuando hay cacheo. Se les ha encontrado droga en el pantalón o amarrada, colgada entre la vestimenta”.

Lidia es una mujer joven de las 30 que reciben apoyo clínico para dejar atrás la adicción. “Yo consumía y era como una autómata. Me embaracé aquí y dejaba al bebé sin leche. Tenía una relación desastrosa con mi familia, ahora ya hablo por teléfono con ellos y les puedo decir que los amo”.

“Son mujeres con la mirada puesta en su vida. Melisa es otra de ellas.

Dice que las reclusas les llaman adictas arrepentidas. Se burlan de ellas. “Una inicia en la droga para no sentir aquí el vacío y la soledad. Para mí es doloroso aceptar que fue mi consumo lo que me trajo aquí”.

Sonia tiene mirada dura, llora cuando recuerda el caso del padre en Tepito que asesinó a sus dos hijos. Ella intentó lo mismo con su pequeña hija. Llevaba 15 años de adicta. Por eso está aquí.

Son mujeres abusadas y con fuerte dependencia. Han tocado fondo”, explica su psicoterapeuta, Edgar Carmona.

La coordinadora del programa, refuerza: “Han padecido mucha violencia y abandono, 95 por ciento de las 417 que han pasado por el tratamiento fueron víctimas de abuso sexual y violación por padres o hermanos.

“Hace falta personal para su tratamiento”, se queja.

Viven en los espacios adaptados y en los muros pintados con flores o sobre repisas han puesto muñecos de peluche. En uno de esos espacios conviven tres internas: Karla, Marisol y María.

La primera dice: “Aquí se habla de una realidad y yo había vivido de

fantasías. Aquí me enseñan a enfrentar los problemas. Tengo 20 años y viví la vida muy rápido y si había que robar, robaba. Lastimaba. Aquí inicié con las drogas para integrarme a este mundo”.

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