De los 16 millones de personas que se inyectan drogas, tres millones tienen VIH. El alcohol y las anfetaminas contribuyen a propagar las infecciones. Se necesita combinar la terapia sustitutiva y el intercambio de jeringuillas.
Fueron los protagonistas de las primeras infecciones. De los primeros que saltaron a los periódicos, enfermos por un nuevo virus, casi desconocido por aquel entonces. Era la década de los 80 y, en España, los usuarios de drogas inyectables, los que se bebieron hasta el último sorbo de la llamada "movida madrileña", se dieron de bruces con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que llegó para quedarse sin previo aviso. Tres décadas después ya no ocupan titulares, no son el centro de atención de los programas de lucha contra el sida y tienen dificultades para acceder a un tratamiento. Sin embargo, el virus sigue propagándose entre ellos, en silencio, sin dar tregua.
La revista médica "The Lancet" dedica un número especial, con motivo de la XVIII Conferencia Internacional sobre el Sida, a evaluar la situación de la epidemia en los usuarios de drogas. Y el panorama que dibuja es el siguiente: de los 16 millones de personas que se inyectan drogas en el mundo, aproximadamente tres millones son seropositivos. Menos de uno de cada 10 tiene acceso a programas de prevención del VIH. Tan sólo un 5% de estos dependientes forman parte de un programa de intercambio de jeringuillas y únicamente ocho de cada 100 recibe la terapia sustitutiva de opioides. En el caso del tratamiento antirretroviral, la cifra es aún más desalentadora pues sólo cuatro de cada 100 toma los fármacos.
"Las actitudes autocomplacientes en torno a esta enfermedad en estos momentos son un gran error", escribe el editor de la publicación, el doctor Richard Horton, que recuerda que estos ciudadanos que se drogan sufren estigma, discriminación y, lo que es peor, no tienen acceso a un tratamiento que les podría salvar la vida. No existe una solución única para estos pacientes, cada país necesita dar respuesta a las particularidades de su propia epidemia, pero un aumento generalizado y combinado del tratamiento antirretroviral contra el sida, de los programas de jeringuillas y de la terapia sustitutuva podría contener las nuevas infecciones en los próximos cinco años, antes de que sus efectos sean devastadores, concluyen los firmantes de la revista.
Para mejorar el acceso a los fármacos antisida, "los programas de salud deben centrarse menos en la capacidad individual del paciente para adherirse al tratamiento y más en las condiciones por las cuales estas personas se ven obligados a abandonar la terapia", explica Daniel Wolfe, del Programa de Desarrollo y Reducción de Daños de Nueva York. La mitad de los usuarios de drogas con VIH que viven en países de medianos y bajos ingresos lo hacen en cinco de ellos: China, Vietnam, Rusia, Ucrania y Malasia. Aunque estos drogadictos representan las dos terceras partes de los casos de sida en esos países, sólo el 25% recibe terapia.
"Los antirretrovirales no sólo salvan vidas y previenen la transmisión del virus, sino que también son rentables desde el punto de vista económico. El coste del tratamiento es la séptima parte de lo que cuesta atender a un paciente drogadicto y seropositivo que no recibe fármacos", afirma Wolfe. Pero en lugar de facilitarles el acceso, en muchos países les ponen barreras, que incluyen el arresto policial, la negativa de algunos médicos a recetarles opióides y la discriminación.
Nabila El-Bassel, de la Universidad de Columbia (Nueva York), destaca que las mujeres usuarias de drogas por vía inyectable son doblemente rechazadas y, por tanto, tienen el doble de riesgo de contraer el VIH. "Muchas de las féminas que se drogan reciben la dosis de manos de sus parejas, que se han pinchado primero, por lo que la jeringuilla que ellas usan ya está usada. Además, una vez drogadas pierden la capacidad para negociar sexo seguro y tienen más posibilidades de ser violadas, exponiéndose así a otra vía de infección", señala.
Una droga que está favoreciendo la propagación del virus en este colectivo es el alcohol. Según la doctora Katherine Fritz, del Centro Internacional de Investigación de mujeres de Washington, el consumo de alcohol empeora la epidemia de sida, especialmente en los países del sur y el este de África. "El alcohol conlleva comportamientos de riesgo, como mantener relaciones sin protección, buscar múltiples parejas o comercializar con el propio cuerpo", dice esta experta, que propone que los programas de prevención entren en los propios bares, tal y como se ha hecho para reducir las infecciones en el colectivo gay.
"Para cambiar esta grave situación, debemos comprometernos ya, unir los esfuerzos de todos los agentes y poner a los usuarios de drogas en la agenda", concluyen los científicos que han participado en el número de "The Lancet".
lunes, 26 de julio de 2010
Usuarios de drogas por vía intravenosa. La epidemia oculta de sida
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