miércoles, 16 de diciembre de 2009

El debate sobre el origen del cambio climático es muy similar al antiguo debate sobre cáncer y cigarrillo

MOISÉS NAÍM
Debates indecentes
En 1953 las empresas tabacaleras publicaron en todos los periódicos estadounidenses una página titulada "Nuestra franca declaración a los fumadores de cigarrillos". Los mensajes del persuasivo texto eran que fumar no daña la salud y que esta afirmación tenía bases científicas. El director científico del Comité de Investigaciones de la Industria del Tabaco (CIIT) escribió en 1957 que "el problema de la causalidad de cualquier tipo de cáncer es complejo y difícil de analizar... A pesar de toda la atención puesta en la acusación de que fumar produce cáncer de pulmón, nadie ha establecido que el humo del cigarrillo o alguna de sus componentes cause cáncer en el hombre".

La estrategia central del CIIT era financiar a científicos que pusieran el énfasis en la diversidad de factores que pueden causar el cáncer y evitar que se le asignara al tabaco la importancia que en realidad tenía. La idea era crear confusión, escepticismo, controversia y "un sano debate científico". Y lo lograron. Los periodistas, siempre ávidos de controversias y obligados a recoger equilibradamente puntos de vista divergentes, le daban a ambas partes igual espacio y respeto.

El problema con esto es que, ya en 1950, existía evidencia incontrovertible que vinculaba el fumar con el cáncer del pulmón. Tuvieron que pasar varias décadas para que la deshonestidad de las empresas tabacaleras y sus científicos a sueldo fueran desenmascarados, y el vínculo entre tabaco y cáncer dejase de ser controvertido.

Medio siglo después estamos en lo mismo. Pero la controversia ya no es entre los científicos que creen que fumar produce cáncer y los escépticos, sino entre los que creen que el clima está cambiando como producto de actividades humanas, como la industrialización o la desforestación, y quienes creen que no hay tales cambios medioambientales. Los paralelismos con el debate sobre cáncer y cigarrillo son fascinantes, y las estrategias y hasta las frases que ahora usan los escépticos sobre el cambio climático son increíblemente parecidas. Cualquiera de los escépticos actuales puede tomar como suya la frase de 1953 del director científico del CIIT y sólo cambiar la palabra "cáncer" por "cambio climático": "El problema de la causalidad de cualquier tipo de cambio climático es complejo y difícil de analizar" dirían. Y ésa es la estrategia: la primera línea de defensa es que el cambio climático no existe. Una vez que los datos derrumbaron esa defensa, la segunda línea es la de decir que no hay pruebas de que la actividad humana sea la causa (y por lo tanto no hay nada que cambiar). Y cuando esta defensa es arrasada por la avalancha de datos, el refugio de los escépticos es argumentar que las variaciones climáticas son producto de muchos factores y que la actividad humana es tan solo uno de ellos, y ni siquiera el más importante. La única diferencia con la controversia sobre cáncer y tabaco son los intereses que financian a los escépticos. Mientras que la confusión sobre los efectos del tabaco la sembraban sólo las empresas de cigarrillos, los escépticos sobre el cambio climático tienen muchos y muy generosos mecenas: las empresas petroleras, las del gas, el carbón, la electricidad o las automotrices, entre otras.

El más reciente éxito que se anotaron los escépticos fue la de obtener la correspondencia electrónica entre los investigadores de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido. Según los escépticos, el contenido de estos mensajes comprueba que esos científicos manipularon sus datos y que las conclusiones de sus estudios son, por lo tanto, incorrectas. El problema con esta afirmación es que las conclusiones fundamentales sobre el calentamiento global no cambian. Según la prestigiosa revista Climate, "nada en los correos electrónicos socava las bases científicas del argumento que mantiene que el calentamiento global es una realidad... Este argumento se apoya en múltiples y sólidas pruebas, incluyendo muchas que son completamente independientes de los datos debatidos en esos correos".

Esto, sin embargo, es irrelevante para los escépticos, que ven en los correos del Climagate la confirmación de que el cambio climático es un gran fraude. "Este escándalo obviamente permite cuestionar las propuestas que serán promovidas en Copenhague. Yo siempre he creído que las decisiones deben basarse en la ciencia más sólida, no en la política... Sin contar con resultados científicos confiables y con tanto en juego, debemos ser muy cautelosos con los resultados de esta politizada conferencia". Esto escribe una escéptica que cuestiona a los miles de científicos que han dedicado su vida a estudiar el tema. ¿Quién es ella? Sarah Palin, la conocida ambientalista de Alaska.


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